El plástico: ¿por qué debería preocuparnos?

En los últimos tiempos, el plástico se ha convertido en un tema de conversación constante. Además, se trata de una sustancia que se encuentra presente en prácticamente cada ámbito de nuestras vidas. Desde nuestro cepillo de dientes, hasta nuestro celular; desde nuestra ropa hasta nuestro automóvil, el plástico forma parte de la mayoría de productos que utilizamos. Al salir de compras, recibiremos (casi de seguro) un objeto hecho de plástico, independientemente de lo que queramos adquirir en la tienda. Hoy en día, es prácticamente imposible concebir la vida cotidiana sin plástico.

Sin embargo, la Humanidad ha vivido sin ese producto la mayor parte de su historia. Es hasta mediados del Siglo XIX cuando empiezan a aparecer sus primeras formas: “[E]l primer plástico tuvo sus inicios en Estados Unidos, en 1860, cuando se ofreció un gran premio para quien pudiera sustituir el marfil para fabricar bolas de billar. El vencedor fue John Hyatt, quien inventó el celuloide (…)” (Polimer Tecnic, 2016). En ese momento de la Historia, podría incluso argüirse que fue un invento con vocación ecológica, ya que el marfil se obtiene, como sabemos, mediante la caza de elefantes, por lo que emergió como un material alternativo.

Posteriormente, en el S.XX, se dio un avance en la fórmula química que le dio mayor versatilidad y usos, ya que en “1907, Leo Baekeland inventa la baquelita, que fue considerada como el primer plástico termoestable. Era aislante, resistente al calor moderado, a ácidos y al agua. Su fama creció rápidamente y ya para 1930 los científicos estaban creando los polímeros modernos que ahora dominan la industria” (Polimer Tecnic, 2016). A medida que las empresas descubrían sus muchas facetas, el plástico se iba haciendo más común en los hogares y la vida de las personas. Podría decirse, entonces, que el modelo de producción industrial jugó un rol clave en la expansión del plástico.

Antes de continuar, un dato: cada pieza de plástico que se haya fabricado (incluido el celuloide Hyatt, producido en 1860) se encuentra aún en el medio ambiente en esa forma; no se ha degradado, no se ha compostado. Una bolsa de plástico puede tardar 150 años en degradarse, mientras que una botella de PET puede requerir 1000 años para desaparecer (Fundación AQUAE, 2019).

Ya en la década de los 50’s se empezó a utilizar el plástico en los juguetes, y poco tiempo después ocurrió algo terrible: se reemplazaron los recipientes de vidrio por plástico, lo cual empezó a generar economías de escala(1), muy eficientes para los productores, pero no tanto para la Tierra, los animales y plantas, y consecuentemente, para los humanos. 

Diferencia entre coste y precio

Una de las cuestiones que ayudó a la proliferación del plástico es, lastimosamente, que existe un tremendo desbalance entre su precio y el coste de ocuparse de él. Es decir, al ser un derivado del petróleo, se podría decir que se trata de un sub-producto, por lo que es realmente barato. Sin embargo, para el ambiente, los países y las comunidades, tiene un coste elevadísimo librarse de él. Cualquier persona que haya asistido a una limpieza de playas, sabrá del esfuerzo y el valor económico requeridos para quitar un poco del plástico que envenena y ensucia el ecosistema.

Si bien, como individuos no podemos tomar decisiones en una junta directiva de una industria que produzca plástico, lo cierto del caso es que como consumidores podemos elegir productos que no lo contengan. Esta es una manera de obligar a que las corporaciones escuchen el llamado de un movimiento social cada vez más numeroso y consciente de la necesidad de eliminar el plástico de nuestras vidas para garantizar un futuro.

Situación alarmante

El plástico está literalmente asfixiando nuestro planeta. En el caso de Costa Rica no es la excepción. Según datos del Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD) “cada día unas 440 toneladas de plástico tienen como destino final el mar, esto significa unos 15 camiones de plástico” (Chacón, 2019). De hecho, el plástico es la tercera industria más grande de Costa Rica, y este es el país que más importa ese producto en Centroamérica (Chacón, 2019). Esta realidad choca con la imagen de “país verde” que le vendemos al mundo, ya que evidentemente es una tremenda incongruencia y pone en peligro ese 3% de biodiversidad mundial que habita el país.

Esta situación no solo lastima la ecología, sino también la economía. Muchas veces los gobernantes se obsesionan con el Producto Interno Bruto de un país, pero ignoran que muchas veces una actividad económica puede reflejarse como positiva en el PIB, pero luego ocasionar problemas. Por ejemplo, una embotelladora de agua que no se haga responsable de su producción plástica sí genera dividendos económicos, pero luego estos se ven eclipsados por los esfuerzos de la nación en liberarse de dichos residuos. Si se realizan las cuentas finales, este tipo de actividad no será ni la mitad de provechosa de lo que aparentaba en un principio.

En una entrevista realizada el pasado febrero, el asesor político de la Fundación Marviva, Alberto Quesada mencionó que:

“Un total de 8 millones de toneladas de desechos plásticos llegan cada año a los océanos, producto de la mala gestión, de una sociedad enfocada fundamentalmente en el consumo y con malas prácticas de consumo. En Costa Rica intentamos hacer una aproximación y concluimos que aproximadamente entre 110 y 170 toneladas métricas de basura van al ambiente, un alto porcentaje de llegan al mar” (Chacón, 2019).

Dicho en pocas palabras: nuestros mares están infestados de plástico.

¿Y, entonces?

Nada nuevo por aquí. La alternativa, seguramente ya la conocerán todos: Rechazar, Reparar, Reducir, Reutilizar y Reciclar. Preferiblemente en ese orden. La verdad es que cada uno de  nosotros debe interiorizar esto, cual si de un mantra se tratase. La situación es alarmante, pero hay muchos motivos para tener esperanza: contar con una comunidad interesada en el problema y con ganas de cambiar a un estilo de vida más sustentable, quizás sea la razón más grande de todas.

Al final todo se resume a los hábitos de consumo. Fueron estos los que impulsaron el plástico en la segunda mitad del S.XX, posterior a la Segunda Guerra. Y, paradójicamente, son estos mismos hábitos de consumo donde radica la solución. Si empezamos a darnos cuenta de la gran cantidad de productos que podemos sustituir, de las alternativas que tenemos, entonces existe la posibilidad real de que la situación mejore. Antes de consumir cualquier producto, preguntémonos si realmente es necesario todo su empaque, si existe una opción más ecológica, si podemos reparar algo viejo, si tenemos las herramientas para manejar sus residuos de manera adecuada; en fin, interesémonos en el destino de las cosas. No está dicha la última palabra, y, personalmente, me rehúso a creer que la Humanidad encontrará su némesis en el plástico. Somos más que eso.


(1). Las economías de escala son los pequeños ahorros que se generan al fabricar un producto o brindar un servicio a gran escala, lo que va haciendo que la actividad económica se vuelva más rentable.

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